LA NIÑA REÍA

Procuraba no mover los labios demasiado aunque sentía la resequedad en la boca. Llevaba poco más de diez minutos sentada y estaba nerviosa. Estaba nerviosa. Sentía pánico de las sillas de metal con publicidad de Corona, de los hombres jugando dominó a su lado, y de la mesera con la falda tan corta, tan corta, tan corta que las piernas se le veían enormes. Llevaba un traje sastre. Color marrón. Con una camisa blanca y unos tacones de aguja que dejaban los dedos del pie y las uñas pintadas de rojo al descubierto, Llevaba poco más de diez minutos esperando.
Sacó de su bolsa una grabadora pequeñita, un poco para perder el tiempo, y otro poco para desviar las miradas de los vecinos de mesa, había pedido una Coca-Cola. Llegó la mesera, colocó la bebida y debajo de la falda sacó un par de servilletas.
Procuraba no mover los labios, pero entre sus cosas había olvidado en el coche la pomada que le quitaba la resequedad. Bebió la Coca-Cola.

Se sentó a su lado. Un hombre con grandes barbas, con un olor a sudor de varios días y con camisa a cuadros rojos. Se sentó a su lado: “Dicen que me buscas, muñeca”. Y el “muñeca” le sonó salado y lujurioso, precoz e impertinente.
“Vengo a llevármela”, contestó aquella “muñeca” de ojos verdes y traje sastre, con un poco de miedo en la voz y porque no, también un poco de impertinencia.
Él se paró de la silla. Su enorme cuerpo y la camisa a cuadros rojos no dejaban ver la puerta de salida. Ella no sintió miedo, sintió pánico, pánico de quedarse encerrada y de quedar con la vagina destrozada y el recuerdo de sudor a varios días. Sintió pánico.

Salió con el bebé en brazos. Una criatura pequeñita y sin pecado concebido, con apenas una cobija por encima y los pies al aire libre. Sonreía. Sonreía y no lloraba.
Se levantó al verla, dejó la grabadora, el bolso, y la Coca-Cola, y se levantó a mirarla. La había buscado tanto y no se atrevía a tocarla. Tan pequeñita y tan frágil, parecía que apenas respiraba. Y la tocó. Le tocó los labios y la cara, los pies y las manos, no podía dejarla. Reía, la niña reía. Tranquila levantó la mirada y juró llevársela.

El hombre de barbas grandes y de rojos cuadros en la camisa la alejó de ella. Él también había jurado llevársela. Le entregó el bebé a la mesera de corta falda y servilletas en la pantorrilla, y miró al suelo. “Todo tiene un precio”, dijo, y no tenía fuerzas para mirar a la “muñeca” a la cara.

Llevaba varios días sin comer, había vuelto a casa de su madre con una bebé en brazos, y con la vagina destrozada. La niña reía. Se dirigió a la policía. La grabadora era su aliada y su único testigo. En realidad no serviría de nada. La niña no tenía la culpa, y para ella su padre, el hombre de grandes barbas que había destrozado la vagina de su madre, habría muerto en alguna batalla.
Pero como él había jurado llevársela, ella había jurado venganza.

PORNOGRAFÍA MAL COLOCADA

Sentada frente al pupitre descruzó las piernas. A sus quince años ya había visto más pornografía que todos los niños de su clase. Se reestiró en la silla y volteó a ver a su noviecillo que tenía voz de niña, y al que todavía no le salía la barba . Apenas y se daban algún beso cuando él tomaba de más y se atrevía a tocar sus labios. En realidad no lo quería, pero era una niña muy popular y estaba de moda tener algún novio.
Entró el profesor. Con cuadernos en mano y muy agitado se sentó en su escritorio, ni siquiera la volteaba a ver, entre 40 alumnos no la había notado. 
Pero Camila abrió las piernas, en realidad ya se había imaginado dándole un beso y tocando su espalda, lo único que se imaginaba era su espalda, fuerte y grande, con la que podía abrazarla toda, con la que podía protegerla toda. 
Empezó tomando lista. Camila ya se había puesto a imaginar. Con la mano de su novio sobre la suya, se había visto desnuda, con sus pequeños pechos enfrente de su profesor, empezaba ya a sentir algo entre sus piernas, sabía que algún día la notaria.
No hacía mas que mirarle, todo lo que decía le parecía tonto, pues no dejaba de verlo, de admirarlo.
 Fue entonces cuando deseó ser una de las tantas chicas que actuaban en esas películas para adultos, volteó a ver a su novio y apretó su mano, esa noche Camila perdería su virginidad pensando en su profesor.
él no lo sabe pero me ilusiona mucho  verlo.
él no lo sabe pero mi panza está llena de mariposas cuando me toca.
él no lo sabe pero lo admiro demasiado.
él no lo sabe pero cada vez que me besa, se queda conmigo.
él no lo sabe pero me encanta observarlo.
él no lo sabe pero pienso en él cuando no está.
él no lo sabe pero sus labios me vuelven loca.
él no lo sabe pero me estoy clavando con todo esto.
él no lo sabe pero su risa es divina.
él no lo sabe pero de verdad me encanta.

Tenme miedo, que te vas a terminar enamorando de mí.